Gillian Goddard es distinguida por el IICA como “Líder de la ruralidad”
Adaptado de la página del IICA
Por su tarea a favor del empoderamiento de los pequeños agricultores de Trinidad y Tobago y otras naciones caribeñas, Gillian Goddard es distinguida por el IICA como “Líder de la ruralidad”
San José, 8 de junio de 2022 (IICA) – Gillian Goddard, la activista que creó una organización que ha empoderado a agricultores de Trinidad y Tobago y otros países caribeños, fue reconocida como una de las “Líderes de la Ruralidad” de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).
El premio, denominado “Alma de la Ruralidad”, es parte de una iniciativa del organismo especializado en desarrollo agropecuario y rural para reconocer a hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en el campo del continente americano, clave para la seguridad alimentaria y nutricional y la sostenibilidad ambiental del planeta.
Goddard creó la primera tienda de alimentos orgánicos en Trinidad y Tobago y fue fundadora de la Alianza de Comunidades Rurales, una organización sin fines de lucro que busca que los agricultores sean conscientes del valor de los recursos naturales, tengan una voz para influir en las políticas públicas y accedan a herramientas financieras para incrementar su producción y mejorar sus ingresos.
La organización alentó a productores de cacao a producir su propio chocolate en forma artesanal y a desarrollar emprendimientos de propiedad comunitaria en Trinidad y Tobago y países vecinos como Granada, Jamaica, Dominica, Santa Lucía y Guyana.
La Alianza también conectó a agricultores caribeños y africanos productores de cacao para crear el llamado Cross Atlantic Chocolate Colective, a través del cual comparten experiencias de comunidades que transforman en el lugar sus materias primas agrícolas y buscan canales propios de comercialización.
Gillian Goddard, la activista que eligió la agricultura para construir vidas mejores
Gillian Goddard tenía 17 años cuando dejó su país natal, Trinidad y Tobago, para mudarse a Estados Unidos y estudiar en la universidad. Se instaló en California y al poco tiempo de llegar comenzó a hacer trabajo voluntario en una granja orgánica, donde aprendió a cultivar alimentos sin utilizar productos químicos.
Sus estudios universitarios no estaban relacionados con la agricultura, aunque ella siempre estaba interesada en investigar cómo las personas podían llevar formas de vida sanas. Gillian se había criado en un país caribeño donde tradicionalmente la población había estado acostumbrada a cultivar sus propios alimentos y a vivir en contacto con la naturaleza, pero que había cambiado dramáticamente a partir de la década de 1950, cuando la energía productiva de Trinidad y Tobago se volcó a la extracción de petróleo y gas.
Cuando regresó al Caribe, al cabo de diez años, Gillian estaba fuertemente interesada en generar un cambio en la comunidad y entonces se mudó a una zona semi rural y comenzó a pensar en cómo desarrollar la producción de alimentos en los patios o los fondos de las viviendas.
“Sentía la vulnerabilidad de la gente –recuerda- porque veía cuánto dinero gastábamos en comida, para terminar comiendo cosas que no eran sanas. Le habíamos dado la espalda a lo que estaba a disposición, a lo que teníamos capacidad de crear, y estábamos todo el día dedicados a ganar dinero haciendo trabajos en los que no estábamos interesados. Me parecía que los problemas tenían que ver con comportamientos disfuncionales y trataba de entender cómo cambiarlos. Entonces, conocí otras personas que también estaban explorando posibilidades de crear comunidades más sanas”.
Así, Gillian comenzó con Sun Eaters Organics, la primera tienda de alimentos orgánicos en Trinidad y Tobago. Primero traía comida importada, pero luego comenzó a hablar con agricultores para que cultivasen los alimentos orgánicos, se organizaran y le vendieran. También instaló un café y un lugar para niños, pensando en integrar la agricultura con la vida de la personas.
Cuando comenzó a investigar sobre la certificación de la agricultura orgánica, se topó con los Sistemas de Garantía Participativa (Participatory Guarantee Systems), que son sistemas de garantía de calidad enfocados localmente. Así, los productores son certificados con base en la participación activa de las partes interesadas y se basan en la confianza y el intercambio de conocimientos. Es decir, granjeros y consumidores se certifican entre ellos, en lugar de apelar a una certificación externa.
“Casi siempre en mi trabajo interactué con las comunidades, particularmente en zonas rurales, que tienen una importancia decisiva para la humanidad, porque nuestra existencia depende de recursos naturales y la mayoría de estos recursos se encuentran en zonas rurales. Por eso, la gente que vive cerca de esos recursos y que los ha cuidado durante generaciones necesita tener poder sobre esos recursos. En otras palabras, si los árboles de cacao crecen en tu zona y tú has sido considerado, no los has cortado y los has cuidado, entonces tienes el derecho de obtener el valor de esos árboles. Eso me llevó a querer aprender cómo hacer chocolate, ya que yo mismo no entendía que en nuestra zona teníamos cacao y podíamos transformarlo. Apenas mi pareja y yo aprendimos a hacer el chocolate, comenzamos a enseñarles a nuestros amigos que vivían en comunidades todavía más aisladas y así llegamos a donde estamos ahora”, cuenta Gillian.
Así, ella fue una de las creadoras en 2014 de la Alianza de Comunidades Rurales (Alliance of Rural Communities), una organización sin fines de lucro formada por residentes de comunidades rurales y semi-rurales y sus aliados urbanos, que usa una estrategia holística y trabaja cerca de comunidades no sólo de Trinidad y Tobago sino de otras naciones del Caribe, apoyándolas para que desempeñen un papel más amplio en sus asuntos nacionales y avancen hacia una sólida inclusión financiera.
El primer eje de trabajo de la Alianza estuvo en el cacao. El objetivo fijado fue contribuir al desarrollo humano y la restauración del medio ambiente natural no sólo con el trabajo agrícola sino también con la elaboración del chocolate. Así, las tareas incluyeron enseñar a las comunidades rurales a hacer chocolate artesanal, incubar empresas de chocolate de propiedad de la comunidad y avanzar hacia la plena utilización de los cultivos y recursos asociados en las plantaciones de cacao. La comercialización y distribución de los productos y la búsqueda de nuevos mercados quedó a cargo de la Alianza.
La organización, que comenzó en pequeñas villas de Trinidad y Tobago, se extendió con vecinos como Granada, Jamaica, Dominica y Santa Lucía, e incluso con una organización asociada en Guyana.
“Con el tiempo comenzamos a involucrarnos con otros cultivos, sembrándolos, cuidándolos, cosechándolos y también procesándolos. Fue eso lo que nos permitió sobrevivir cuando apareció la pandemia de Covid-19. Entonces las ventas de chocolate cayeron y el turismo, que era un tercio de nuestros ingresos, desapareció. Pudimos levantarnos enviando cajas de comida a la gente, que se convirtieron en cada vez más importantes en el difícil escenario de la pandemia”, dice Gillian.
Luego de varios años de trabajo, en 2021, Gillian se comunicó con organizaciones de África. Así, con la participación de agricultores africanos de Malawi, Tanzania, Uganda, Ghana, Nigeria, Camerún, los caribeños de Jamaica, Dominica, Granada, Santa Lucía y Trinidad y Tobago, más un productor de la costa oeste y otro de la costa este de los Estados Unidos, nació la comunidad llamada Cross Atlantic Chocolate Collective, cuyo objetivo es empoderar a los productores de cacao de África y los descendientes de africanos que viven en el Caribe para que se atrevan a producir su propio chocolate y otros productos.
“Nosotros queremos llevar el poder a las áreas rurales. Una sociedad humana racional tendría que tener claro que la protección de los recursos naturales es increíblemente importante y que la mejor manera de cuidarlos es cuidar las áreas rurales y sus comunidades”, afirma Gillian.
“La capacidad de colaborar exitosamente entre grupos de personas –finaliza- es la herramienta más importante que podemos tener para hacer que nuestras sociedades funcionen mejor. Aún con lo importante que son las semillas que usamos, las plantas que ayudamos a crecer y lo que cuidamos nuestros cultivos, lo más importante es acceder a las habilidades para trabajar como grupo. Esas habilidades están ahí, y tenemos que sacarlas a la luz aunque cueste mucho esfuerzo. Trabajar colaborativamente es realmente la forma más efectiva de generar cambios”.